​    I

    Miedo.

    Como en las pelis de miedo siento miedo en la tarde, cuando tú no estás, y tu presencia se me hace inmensamente necesaria para deshacer este tormento horripilante que mi alma siente al apartarse de ti.

    Miedo.

    Es algo inusual en mi pero, de un tiempo a esta parte, la voluntad de mi desvelo es tenerte más tiempo a mi lado, alondra de ojos bellos. Por eso siento miedo cuando tú no estás, gacela de mi pensamiento, y un atormentado enjambre de ilusiones y deseos inunda mi abatimiento. Pero me gusta estar así: remando a contracorriente pues Itaca no queda lejos y, en un remanso de olas, no me dejaré engañar por las sirenas, cuyos cantos confunden y desquician cuadernos de bitácora que, en lógicas cartas de navegación, conducen hacia ti.

    II

    Miedo sordo y ciego, miedo mudo, miedo aullante, aterrorizante.

    Te acercas susurrando graznidos, como negros cuervos, voraz como mil termitas, paralizante como dardo envenenado. Fuiste una ilusión aderezada con amor. ¿Qué te hizo correr y alejarte tanto? ¿Mis templadas sonrisas? ¿Mi juevnil madurez? ¿O, quizá, mi aspecto de salido de un sueño transparente?

     III

    Miedo cruel que apuñalas mi espalda, mi cintura, mis caderas, miedo febril, que me tiemblas desde los pies hasta las raices del pelo. Déjame sentir mi esencia, déjame sentir amor sin sucumbir de espanto. Déjame decir te quiero sin temor al futuro, sin pánico del pasado, sin arruinar el presente ni ahogarme entre los brazos de este fuego.