"JUEGO DE NOMBRES"
Vicente Ruiz Raigal
Iluminada y Emancipación, hermanas de Pompilio, le propusieron a Erundia que se fuera a vivir con su novio, y ella recordó que su prima Jovita le había dicho que desde que Licinio, su novio de toda la vida, vivía en casa propia, ella y su hermana Mediadora lo pasaban a lo grande con los fiestorros que organizaba Porciano, el dueño de la discoteca del pueblo (que compró a Sandalia, la marquesa de Eustocia que se había casado con Proscopio, el rico hacendado de la comarca).


Y es que así entraban y salían a cualquier hora, sin darle explicaciones a Domitila y Sinibaldo, los padres de Erundia que, en el fondo, no querían que su hija pequeña corriera la misma suerte que la mayor, Sisinanda, que un día se marchó sin decir nada y, con los años, se enteraron que ejercía de meretriz en el lupanar de Pomposia en la capital. De ahí que, al enterarse, Sinibaldo quiso poner orden, que para eso era el alcalde, y convenció a Teójenes (el padre de Pompilio) para que se casaran los jóvenes... Y así fue. En dos meses, con las mejores damas de honor del pueblo, Oristela, Emedina, Alcantarilla y Crisanta, el padre Wenzesloqui organizó un bodorrio de órdago que, asistido por Antero (el organista), Bolusiano (el sacristán), Sínfora (la campanera), Eduvigis (la mayordoma), y los hermanos Queremón y Bonosa (los monaguillos), resultó de lo más vistoso.
El banquete se celebró, como era de rigor, en el salón de Ursulinio que, como buen profesional, contó con la cuadrilla de camareros más apañaos de la zona: Porfirio, Amable, Olegario, Celico, Melanio y Proceso se encargaron de asistir las mesas; Petronila, Protasia y Lutgarda en la cocina; Orencio el bodeguero fue el exquisito "saumiller", y Conversión y Fandila las reposteras. Hasta hubo orquesta, la que, desde hacía más de 40 años, habían formado Paciano, Melardo, Teudoceo, Climaco y Sérvula, y que todavía sonaba con ritmos actuales que ni los jóvenes de la "Mandilio" (banda que debía su nombre en memoria de la madre del vocalista Coraci, que los había apadrinado y que murió en accidente de coche por culpa de un mal bicho, Belisario el del camión, que siempre iba con dos copas de más; y eso que Práxedes, el tabernero, se lo advertía: "Belisario, no bebas más, que cualquier día acarreas una desgracia". Y la acarreó; menos mal que los chicos de la "Mandilio" se sobrepusieron y ahora hacen temas muy, muy interesantes) lograban desbancar.
Y así fue como Pompilio y Erundia pudieron vivir juntos para siempre (bueno, está por ver, pues anda rondando a la voluptuosa moza un joven terrateniente de esos que con las subvenciones del olivar se han hecho ricos: Agrícola por nombre, hijo de Forjonio, el presidente de la cooperativa, que no sé yo si pronto el pobre Pompilio cambiará de nombre y pasará a llamarse Floreal, pues le empiezan a salir unas protuberancias en la frente que...).
Pero bueno, esa será otra historia que podría escribir Aristarco, el cronista de la villa, que desde hace varios años está el hombre de capa caída, pues desde que, investigando en el archivo municipal la vida de los insensatos amantes de Batilde (que así se llamaba el pueblo antes), descubrió que tanto Orosia como Zógimo escondían un oscuro pasado. Tan negro como la cripta en la que estaban enterradas sus penosas almas... Resulta que la desventurada pareja, como en otras muchas historias de amantes a los que las diferencias familiares impedían quererse, se veían a escondidas en la cueva de Lantaricio, una sima horadada en lo más profundo del bosque y que los amantes descubrieron por casualidad una tarde en la que los ardores primaverales dislocaban sus jóvenes cuerpos y la necesidad sexual les agobiaba. Pues bien, hasta ese lugar llegó una desapacible noche de lluvia Claudinete, el porquero, al que sorprendió la tempestad cuando iba de regreso con su piara de cerdos y, claro, al descubrir a los amantes en pleno proceso amatorio, no pudo hacer callar a los cerdos y la noticia llegó a oídos de Don Capitolino, el actual heredero de los Vidala, y también a los de Don Jesualdo, el único heredero de los Leontinos cuya máxima intención era perpetuar el apellido familiar a través de su hijo Zógimo.
Inmediatamente apartaron a los amantes, cuya melancolía por no poder seguir ampliando su desmedida pasión, les llevó a enfermar y, al poco tiempo, morir de extraña enfermedad. Una enfermedad que todos en el pueblo conocían: el desamor, aunque la vieja agorera Tentudia, que conocía ciencias ocultas y nigromancias, dijo que eran unas fiebres malignas que la soledad de los amantes había incubado. En fin, que por decisión popular, los cuerpos sin vida de los desafortunados jóvenes fueron enterrados (al fin un ápice de compasión en los Vidala y los Leontinos) juntos en la cripta de Doña Roquesa, la benefactora de la iglesia parroquial de Santa Consorcia, patrona de la villa.
El cronista quedó tan apenado por esta historia, que desde entonces anda melancólico y poco dado a la investigación; sólo de cuando en vez recoge en su crónica las noticias culturales que se producen en el pueblo, pero eso de escarbar en la profundidad de la historia local, pues que no está por la labor el hombre, y eso que su hijo Sequedo se lo dice a menudo: "padre, siga usted con sus investigaciones, hombre, que yo no voy a ser capaz de seguir su trabajo, ¿no ve usted que yo...?" Y se callaba pues, tanto Aristarco como el pueblo entero saben que más que Sequedo el muchacho es bastante Sirena.