Yo me salvo cuando duermo acompañado. Yo me salvo diciendo no puedo evitarlo. Yo me salvo si sonrío. Yo me salvo cuando sueño. Yo me salvo si te salvo. Yo me salvo si me miras. Yo me salvo si no paro. Yo me salvo si guardo silencio. ¿Yo?

     Te cuento que existo y no sé bien por qué. Sé que me levanto cada mañana y me activo para cumplir con todo lo que el día me trae. Si me preguntas quién soy, no tendré respuesta. A esta forma de vida la llamo naufragio. A veces te salvas y consigues estar a flote. A veces te da la gana y te ahogas un rato para ver dónde llegas. Pero otras veces es la marea la que baja por sí sola y te ves, y te dices: "¡Joder!". O te echas a reír, o te echas a llorar, o te vuelves loco que para el caso es lo mismo. Y es cuando aparece, con una sencillez terrible, la falta de tu propia esencia. Y miras la foto de comunión que tu madre tiene en el mueble-bar del salón y piensas: "Tío, ¿qué has estado haciendo?" Y miras a tu madre que está sentada en el salón con la mirada en ningún sitio, para ver si... y te viene que ella también se olvidó. Y ese olvido es la marea que vuelve a subir. Y no creas, es entonces cuando te salvas. Te entretienes y te olvidas.

     Marea baja es el momento de reconocerte a ti mismo perdido. Es el vacío.