Lo siento, pero si no lo digo, reviento. El tiempo pasa. Miro mi D.N.I. y veo que he superado con creces los cincuenta. Me digo: “chaval, no te queda más remedio que ir haciendo balance de lo que pudo ser y no ha sido”. Realidad triste y difícil de aceptar, ya que desde 1979 mi compañía y yo hemos hecho medio centenar de creaciones que, sin embargo, se han olvidado de manera natural, con el beneplácito de una clase política que se esmeró en señalar y bautizar como “cosa marginal”, y a la que jamás reconocieron su significado real: trabajos diferentes que sembraron un pensamiento imprescindible, por políticamente incorrecto y poéticamente excepcional.

     Está mal que yo lo diga, pero si de algo estoy orgulloso es de poder decir, mirando atrás, que perpetré junto a tantos amigos y enemigos, la tarea minuciosa de obrero eficaz, que consistía en la invención de oxígeno. Me cuido de llamarle aire fresco, porque el oxígeno que fabrican los artistas nunca se presenta a primera vista como “recuperador” y no debería ser de fiar. El arte hace daño, amigos. La cosa es que esta tarde, en que me ha dado por ir superando el cansancio que me aploma, por toda una serie de catastróficas desdichas que se me han acumulado últimamente, me doy cuenta que todos estos años nos han estado timando. Nos tima y nos chulea la Junta. Nos tima la Diputación. Y por si fuera poco hay que aflojar pasta en impuestos para que se produzcan y contraten trabajos escénicos que te dejan, al final de la representación, como una vaca mugiendo desconciertos y naderías.

    Veintiséis años dándolo todo por la cultura de esta parte de Al-Ándalus, para que ahora veas cómo la gente se zampa bodrios sin “denominación de origen”, que se alientan desde las instituciones rellenando zonas predispuestas a lo hueco, al abandono, al desierto planificado. Ingeniar chorradas para conservar un puesto de trabajo es infame. Pero hacer gilipolleces por desinformación, mueve a risa. Si los gestores de cultura no saben nada de artes escénicas y desconocen por completo nuestra realidad teatral, que se marchen. ¿Quién diablos los ha puesto ahí? Son de la misma hornada de los que pretendían hacernos creer que nuestro teatro no valía para nada. Los mierdas íbamos a parar, por norma, por subvenciones ridículas, por nula repercusión en los medios que nunca nos hacían caso, por exigencias imposibles de cumplir para empresas en formación, a los basureros. Mientras tanto los artistas oficiales cobraban salarios dignos, salían en la foto y eso les daba el pasaporte falso de creadores. Y hacían y siguen haciendo Valle-Inclán.

    El fuego está por todas partes, pero, afortunadamente, aún la poesía tiene a bien abrirnos senderos en el peligro. Esa poesía la pone en circulación mucha gente en sus vidas cotidianas, lo que pasa es que no nos fijamos bien. Y algunos todavía la sueltan en escenarios, frente a un público desconocido y exagerado, soñando. Siempre conviviremos con las llamas, pero es guapo –como dice mi amigo Goyete- descubrir caminos entre el fuego. Si lo sabes apreciar, tanto calor alrededor, lejos de consumirte, acabará trabajando a favor de tu ansia de esperar.