Llevo un tiempo (desde que el 22 de julio he pasado a la condición de "viejo") en el que vuelven a mi recuerdos, imágenes, reflexiones, que me están haciendo descifrar enigmas que, como el de nuestra infancia -la infancia en general- viene a significar ese estado en el que se determina la capacidad que tenemos esta especie que llamamos humana, de hacer cosas terribles y hermosas al mismo tiempo. Y, en mi caso, el teatro siempre en el centro, tan pequeño y a la vez tan enormemente importante en mi vida, para llenarme la cabeza de preguntas y pensamientos con los que he imaginado caminos desde los que rebelarme contra lo que me dijeron era inevitable. Y aquí sigo, con un hartazgo de ser siempre víctima de la historia que nos contaron -me contaron-, porque todo es infancia desde la que reconducir la memoria con recuerdos y hermosas certidumbres, alimentándonos así del maná que nos haga demostrar que no se borra la infancia con la edad. No. Se queda con nosotros en forma de alacena repleta de manjares del alma que nos alimentarán el resto de nuestra vida.