"El teatro de Beckett"

     Lo minoritario que es el teatro de Beckett lo confirma lo poco que se le representa. Incluso ahora, superado el centenario de su nacimiento (109 años), cuesta encontrarse con alguna de sus piezas en la cartelera teatral de este país nuestro de cada día. Es más, casi podría asegurar que se le representa lo mismo, o incluso menos, que en años anteriores. Y eso que se trata, posiblemente, del autor más emblemático del Siglo XX.

     Por eso, a mi manía de echar mano a viejos proyectos debo agradecerle la oportunidad de recuperar un buque insignia del teatro contemporáneo. La pieza que rompió los moldes estéticos y temáticos de representación establecidos en los 50 para dar pie a los nuevos realismos, que ponen su empeño en resaltar el impasse existencia y la desesperación. La nueva tragedia, en fase residual, de la modernidad que nos ha tocado vivir.

 

 

     Y vuelvo a comprobar cómo hace casi 25 años ya habíamos pensado en mi Teatro "Arena" hacer nuestro "Esperando a Godot". Como es vital, en el centro del escenario habíamos colocado el elemento escenográfico imprescindible: el árbol. Y al fondo la oscuridad más absoluta. A ambos lados, tapando patas a derecha e izquierda, dos telones pintados con paisaje crepuscular y reminiscencia bíblica. Lo que me dice ahora que la propuesta espacial de origen no era frontal, como después la hemos visto en otros montajes, sino de pasillo, con público a ambos lados, aunque normalmente se represente a la italiana. Ya nuestra ejemplar desvergüenza no se resiste contemplando el teatro del siglo XXI prisionero de las arquitecturas del XX. Los personajes iban arropados de manera tradicional, como la iluminación, que se pensó con cambios muy limpios en subidas y bajadas para mayor aproximación a una iconografía clásica. Y como divergencia a esta perspectiva inexorablemente convencional, el niño queríamos que cerrara los actos desde el pasillo del patio de butacas, sin tocar escenario.

     Me llama la atención, sin embargo, el excesivo empeño que entonces tenía, como director de la propuesta, por dar preponderancia a la religiosidad del texto. Que la tiene, pero quizá no tanta. Y la manera en que lo pretendía hacer: muy endiablada, sin sacarle puntas al diálogo y sin concesiones al humor. Acaso el mar mayor. Todo en una combustión baja, sin aire, y muy apesadumbrado. Con mucha mística a la antigua usanza y un desmedido ensimismamiento en la interpretación. Aunque el VLADIMIR quería que fuera de soterrada e inquietante sorna.

     No llegamos a representarla, pero siempre ha estado en nuestro punto de mira hacerlo pues, aunque en el único trabajo que hicimos sobre Beckett ("Final de partida"), al descanso algunos espectadores abandonaban la sala (aunque tratándose de Beckett no es nuevo, ocurría en sus mejores tiempos), esta pieza nos ha parecido inquietante hasta la saciedad. Quizá porque hay poéticas con fecha de caducidad que después, al pararse, son mera arqueología. Puede también, que a los más jóvenes esta propuesta, por demasiado clásica, ya no les diga nada. O muy poco. Y entre sus nuevos vacíos y desesperanzas estén esperando a otros GODOT.