Estás cansado en el sabor del óxido de la noche. Respiras el aire frío, la fresca hierba de verano enjaulado. Miras la luna y lo que ves es un bucle, un ruído sordo que se pierde en la lejanía. Ahora la luna es un líquido de leones apagados, un pozo tapiado por una lámina de madera vieja. En el relente, los insectos parecen mezclarse con la luz amorfa de las farolas. Vuelves a tu taller, como única esperanza de escribir el silencio, de revolverte en tu madriguera para atrapar un puñado de cenizas y hacer una estatua de barro con tus manos de paja. Tu actitud firme, tu figura erguida que parece oponerse al aire, no logra esconder esa máscara tras la usura de la muerte. Y todavía giras las manos en el aire, fuerzas los brazos en actitud de mimo.