"No has entendido nada", me decía.

"Lo que esperabas de la poesía

igual te hubiera dado suponerlo

tras la meditación, el estraperlo

o alguna fruslería semejante.

No hay en el mundo técnica bastante

para poder fijar en una sombra

la luz aterradora del instante

¿Fotógrafos del sol? Vanos artistas.

Parásitos sin fe de las aristas

hilachas demacradas de la alfombra

por la que pisa sólido un enigma

que ignora su verdad. El paradigma

perfecto de tu amor por el pasado

es encontrar a veces congelado

el sol entre las aguas de la noche".

Tendrás tal vez razón, amada mía;

pero qué poco alumbra tu reproche.

Qué sencillo es hacer la profecía

del círculo que muere tras la piedra.

Yo di la carne. Tú serás la hiedra.

"Si puedes esculpir el universo,

¿quién congeló tus dientes en el verso

desde el que te repites, y me niegas?

Tú me dirás que caminaba a ciegas.

Yo te diré que el sol no tiene ojos,

que la razón es sólo sus antojos

y tú la fantasía de mi muerte".

Si te he soñado bien tuviste suerte.

Resígnate a seguir siendo confusa:

se gasta solo aquello que se usa.

Pensaste ser razón y ahora has de verte

coraza y corazón. Pequeña musa,

reina del amor, soy tu museo:

espejo devastado, mausoleo

también de tu verdad. Duerme conmigo.

Aprende a merecerte tu enemigo.