Todo estaba perfectamente controlado. No había lugar para la sorpresa, para lo extraordinario, repentino. Miguel era estudiante y vivía con sus padres; conflicto generacional. María estudiaba y vivía con sus padres; en crisis la familia. Y un día descubrieron que no se amaban más allá de sus problemas. Cortaron y continuaron solos. Los padres, ajenos, disimulaban soledad en el lavavajillas, en el tostador de pan, en el horno eléctrico, en la televisión.

     - Una cocacola.

     - Una cerveza.

     Los largos, parsimoniosos días de letargo en tiempos de la fiesta juvenil.

     - Esto es un infierno.

     - Me aburro.

     - La nada. Rompamos las cadenas.

     Llovió. Florecieron los campos. El fruto maduró, fue recogido. El fuego hizo estragos. Y llovió. La sangre juvenil ya liberada no supo del futuro, jamás se sintieron tan potentes, tan dueños de sí mismos.

    Después, ya se sabe, tuvieron cuatro hijos; con los años, pesadillas, un buen sueldo, sonrisas de nylón; con los años, usar la píldora. Desencantos, un buen sueldo, un poco de lumbago, la calvicie, morirse con buen nombre, ya se sabe..., la sangre juvenil es tan cándida...