A veces, por un desliz del destino, lágrimas lloran recuerdos en la inmensidad de lo efímero. Y, de repente, sin apenas buscarlo, el amor llama a la puerta con la insistencia de un eco. Dudas por un instante y, cuando le abres, un aroma a pan de centeno debilita el anhelante momento. No dejas de ser como un inútil villancico que repite cada año su pertinaz soniquete en un intento árido de perpetuar su esencia.