La noche sexitana, una copa de vino compartida 30 años después, los recuerdos que vuelven en catarata de nostalgias, y un desplome de cariño antes de la inminente tormenta, me despiertan la ternura de las infinitas tardes de juegos y "adivina adivinanza", en la verdad de los quereres inolvidables, en la inmensidad de los amparos imperecederos.
Es necesario volver, pues la espera me lleva, inevitablemente, a comprender que recuperar la verdad del cariño nos hace grandes. Siempre nos quedará nuestro Paseo del Prado y un "yo sigo ahí".