Somos concebidos en el sueño, en el deseo de otros. Buscados o fortuitos, pateamos el vientre de nuestra madre ansiosa por sacarse el amasijo de encima. Anidamos en su vientre alabado, somos nobrados y nos hablan sin esperar respuestas. Finalmente, nacemos a la historia. Nuestra condición es la de ser sujetos de la palabra. La naturaleza entendida como esencia del ser, como unidad esencial de la vida, es nuestra primera prohibición. Sin embargo el aprendizaje y la experiencia nos permiten descubrir que había permanecido siempre ahí, coexistiendo con la historicidad.
La poesía es un intento de revelar la suplantación abusiva de la naturaleza. A través de la conducta poética, pretendemos replantear su lugar en el interior de la historia, mostrando el equilibrio o la violación de sus relaciones. La poesía no es lenguaje, es naturaleza. El lenguaje es su opresión. No nos imaginamos la poesía más que como lenguaje porque comenzamos a concebirla dentro de él, y a su vez, el lenguaje nace en el interior de la historia. Un poema debe ser una fiesta del intelecto. No puede ser otra cosa. Es un juego, pero solemne. Celebramos algo llevándolo a cabo y representándolo en su estado más puro y bello. Terminada la fiesta, nada queda. Cenizas, guirnaldas, pisadas...