¿POR QUÉ?
Nunca serás nada si has de vencer al espejo:
sentencióme una sotana con armazón de maestro.
Y nada soy. Pero tanto siento...
El amor, la renuncia, lo débil de tierno:
erguirse siempre explotando lo estrecho.
Y lloro tanto... Y tanto quiero,
que a instantes me duele el frescor
de la escarcha en el tímido pétalo.
Otras veces descanso:
sueños preclaros del sol que proyecto.
¿No era Dios quien sentenciaba a millones de muertos?
Los niños, los niños hermosos, los niños riendo.