En las estancias saqueadas por la luz, cabriolean los potros escabrosos y, en la distancia, es dable confundir el deseo con la esperanza.
Los ensimismados sienten picores en la entrepierna, acosados por una versátil concupiscencia que les atormenta las ganas ajadas de autocomplacencia.
Todo se vuelve oscuro, de un negro azabache que inunda tensiones y alarga, inexplicablemente, el alivio somnoliento de las horas muertas.
La monotonía amplía demasiado la espera y, de repente, otro reflejo escarlata asoma en una geografía erótica que, al azar, se ha creado en el ambiente. Nuevas sensaciones...
A los ojos del pecado, todo es pornográfico.