Finnegans Wake
“Anhelar la mente susodicha largo tiempo perdida para el anhelo. La susomaldicha. Hasta ahora susomaldicha. A fuerza de largo anhelo perdido para el anhelo. Leve anhelo en vano aún. A más leve aún. A lo levísimo. Leve anhelo en vano del mínimo anhelar. El mínimo anhelo indisminuible. Inaquietable mínimo en vano de anhelar aún.”
“En una fiesta, un presunto intelectual inglés me preguntó por qué escribía siempre sobre la angustia. ¡Como si fuese perverso hacerlo!... Me marché de la fiesta en cuanto pude y tomé un taxi. En la mampara de cristal, entre el taxista y yo, había tres rótulos. En uno se pedía una caridad para los ciegos, en otro una ayuda para los huérfanos, en el tercero un donativo para los refugiados de guerra. No hay que ir muy lejos para buscar la angustia. Nos grita a la cara dentro incluso de los taxis de Londres”
“Paradójicamente, es en la forma donde el artista puede encontrar una solución de alguna clase. Se trata de dar forma a lo informe. Probablemente sólo en ese sentido podría existir una especia de afirmación subyacente”.
A vueltas quietas
“Necedad… necedad para… para qué… cómo se dice… necedad de esto… todo esto… necedad desde todo esto… de todo esto… entrever al parecer… entrever… necesidad al parecer de entrever… tenue a lo lejos allá lejos que… necedad de necesitar al parecer… entrever tenue a lo lejos allá lejos qué… cómo… cómo se dice… cómo se dice…”
“Godot se lo pasa pipa al lado de esta desolación y esta penuria: (“Dios me valga, otra cosa no sé hacer”)”

PorFinBlog

Un Blog por y para las Artes Escénicas, en Jaén y en el mundo.

DISPAR, de Juan Troyano Hernández

     Fría está la baldosa. Una película de polvo no deja ver el verdadero color que tiene. Dicen los entendidos que no es polvo, que son arañitas muy pequeñas a las que han bautizado como ácaros del polvo, de esa clase de polvo que no es divertida.

     Tumbado bajo la cama, espero. Estoy triste. Estoy muy solo. Me da igual el frío, apenas lo noto. Mis defensas son invulnerables. Me pregunto donde estará mi compañero, mi sufrido compañero. Algo le sucedió una mañana. Escuché claramente un “crack”, sabía que algo se había roto.

     Se lo llevaron una buena mañana, desde entonces esta pegajosa soledad me envuelve. Intento salir de aquí pero no sé, algo me lo impide ¿donde está mi compañero?

     Si muere yo moriré con él. Un final trágico para los dos. No puedo vivir sin él. Toda una vida siendo contínua y cruelmente pisoteados, bajo la lluvia, sobre el polvo, sobre el barro.

     Vuelve compañero, si no, nada tendrá sentido y moriré.

     Desagradecida, después de todo lo que hemos hecho por ella, ayudándola a simular metro ochenta cuando solamente mide metro setenta. Además, soportar los noventa kilos no los soporta cualquiera. Mira mi compañero como ha acabado, destrozado.

      Antes había zapateros que nos curaban, ahora vamos directamente a la basura. Mi compañero ya está allí, yo llegaré después, cuando alguien sepa donde estoy.   No puedo esconderme, sólo esperar que nadie se acuerde de mí.

     (JUAN TROYANO HERNÁNDEZ, 2015)

           

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AY ANA, ANA!

AY ANA, ANA!

     Ana me dejó. La quería. Sufrí. Ay, Ana. No sabía qué hacer. Me paseaba de un lado al otro en el piso de Avenida Libertad. Y el piso es chico. Me sentaba, caminaba, volvía a sentarme, lloraba antes de dormir.

     Estaba en la hoja del periódico que envolvía la lechuga. Así llegó a mis manos el Sudoku. Me llamó la atención la cuadrícula, junto al horóscopo. Muchas casillas vacías y algunos números. Fue raro: no hizo falta leer las reglas. En la cuadrícula de diez por diez, había que completar las casillas de forma tal que en las columnas y filas aparecieran, sin repetirse, los diez números del sistema decimal. Había tres niveles: fácil, medio y diabólico.

     Me obsesioné. A la semana, ya dominaba el diabólico. Como los del periódico no me bastaban, compré en una librería una revista de Sudoku, que venía de Italia. No era cara. La liquidé en un fin de semana. Mi cerebro vomitaba las series numéricas con una agilidad que me sorprendía. Ana se fue borrando de mi mente, pero supuse que reaparecería si dejaba el Sudoku. Volví a la librería y compré más revistas.

     Los recuerdos que tenía de Ana se fueron mezclando con los números en mi cabeza. Ya no distingo su hermosa sonrisa de un tres, o una suave caricia de un ocho. Y mis días se fueron haciendo más livianos: siete y cuarto suena el despertador, tres minutos de remoloneo, ocho pasos hasta el baño, sesenta y cuatro cepilladas maxilar superior, sesenta y cuatro maxilar inferior, hervor del agua en seis minutos a fuego mínimo, a las siete y treinta y ocho ya sobre la bicicleta, mil quince pedaladas hasta el semáforo de la avenida, veinticuatro segundos hasta la luz verde, ciento veintitrés pedaladas más y llego al restaurante a las ocho en punto.

     Ayer murió Ana. La atropelló un coche. No lloré ni una lágrima. Y eso que la quería como a nadie. Justo ese día batí mi récord: un diabólico en seis minutos y tres segundos.

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EL CAMERINO

     La edición 148 de "Teatrerías", emitida el 11 de junio en 9laloma.tv, se ocupaba en la sección "El Camerino", de una de las mejores dramaturgas españolas del momento: Angélica Liddell, escenificando una escena de "La novia del sepulturero", recogida en su libro "Ciclo de las resurrecciones", que fue interpretada por dos actores aficionados del Grupo "Manos Unidas" de Torreperogil: Nani Piñero y Francisco Javier Rodríguez.

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ALAZÁN NEGRO

     La niña pelirroja, de cinco años aproximadamente, daba vueltas y más vueltas eufórica porque montaba en un carrusel de feria. Era de noche, el pueblo, enclavado en una hondonada de la sierra castellana, parecía un platillo volante de una película de género. En las barracas, los perdigones chascaban con precisión los palillos que sostenían chupa-chups y los novios sonreían amartelados la espera cómplice del apareamiento bajo el manto de estrellas que se avecinaba.
     Dafne, que así se llamaba la niña, giraba ausente en el carrusel de feria, montada a horcajadas sobre un estupendo y airoso alazán negro. Le seguían en esta suerte de gran parada obsesiva y superreal sus primitas que basculaban histéricas en hipopótamos amorcillados y jirafas que miraban con la persuasión de personajes de Disneylandia.
     Las inflexiones de la música provocadas por las diferentes y complicadas atracciones hacían que el valle, visto desde lejos, pareciera una consagración o un ritual de algún pueblo precolombino.
     El carrusel giraba egocéntrico y vicioso mientras una pareja de guardias hacía la ronda con la indolencia de un comedor de pipas. Tres mugidos de vaca fueron suficientes para que todos los animales capturados por Noé se ralentizaran y quedaran estáticos mientras los niños, entre alborozados y drogados, saltaban como por un resorte del cacharro infernal.

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