¡Oh cuerpo encinta de misterio, desde el fondo del liquen, entre sueños de caliente coral, ya te entreabrías a Jasón. Eras ya boca sedienta de semillas, ilímite horizonte! Jasón, Jasón, bien amado en la Cólquide, anterior a su nombre y a sus muslos dulcísimos. ¡Oh, mujer, en el fondo de tu naturaleza sólo un dios ha crecido, sólo un dios al que engulles entre labios suavísimos y húmedos! ¡Oh serpiente de amor inextinguible! Dime, dime, ¿de dónde esa profunda piedra de amor que es anterior a ti? ¿De dónde el fuego oblicuo que tu lengua reparte, esa ancestral, predestinada muerte y belleza? ¡Oh, Medea palpitante, mirándose en antiguas, claras aguas las negras trenzas y el azul turbado de la niñez en las remotas tierras! ¡Oh Medea en hondo eclipse, en sal de luna, herido el corazón, bañada en aguas trémulas: qué milagrosamente te desatas en el cuerpo salvaje, qué cobriza sabiduría surtiendo desde el légano! Ya silbas, oh reptil inspirado por los dioses de la destrucción, y en sombra acechas.
Ese montón de Medea con espaldas de sangre fratricida, de violentas piernas de secretísima escritura, ese gemido amontonado y solo bajo cielos adversos arde, estalla de amor en roja lava. Cómo brilla el teatro manchado de rubíes asesinos y hermosos. Ojos crecen en semicírculo. Aquí, aquí la herida de la mujer herida duele en todos como boca enconada. Todos buscan el horror y el incendio. El rito, puro, ceba sus mariposas en ceniza.
¿Cómo escapar de las lianas verdes? Recógese el teatro en su corola disuelto de rumores y testigos mientras Medea se aleja por las calles, veloz y oscura hacia la noche en calma, manto que no fulmina y es sosiego... Persisten las pavesas en el aire, tenaces, sigilosas. Esa hormiga sin sueño que recorre el corazón, ¿es que no se pacigua?