A vueltas quietas
“Necedad… necedad para… para qué… cómo se dice… necedad de esto… todo esto… necedad desde todo esto… de todo esto… entrever al parecer… entrever… necesidad al parecer de entrever… tenue a lo lejos allá lejos que… necedad de necesitar al parecer… entrever tenue a lo lejos allá lejos qué… cómo… cómo se dice… cómo se dice…”
“Godot se lo pasa pipa al lado de esta desolación y esta penuria: (“Dios me valga, otra cosa no sé hacer”)”
“Paradójicamente, es en la forma donde el artista puede encontrar una solución de alguna clase. Se trata de dar forma a lo informe. Probablemente sólo en ese sentido podría existir una especia de afirmación subyacente”.
Finnegans Wake
“Anhelar la mente susodicha largo tiempo perdida para el anhelo. La susomaldicha. Hasta ahora susomaldicha. A fuerza de largo anhelo perdido para el anhelo. Leve anhelo en vano aún. A más leve aún. A lo levísimo. Leve anhelo en vano del mínimo anhelar. El mínimo anhelo indisminuible. Inaquietable mínimo en vano de anhelar aún.”
“En una fiesta, un presunto intelectual inglés me preguntó por qué escribía siempre sobre la angustia. ¡Como si fuese perverso hacerlo!... Me marché de la fiesta en cuanto pude y tomé un taxi. En la mampara de cristal, entre el taxista y yo, había tres rótulos. En uno se pedía una caridad para los ciegos, en otro una ayuda para los huérfanos, en el tercero un donativo para los refugiados de guerra. No hay que ir muy lejos para buscar la angustia. Nos grita a la cara dentro incluso de los taxis de Londres”

PorFinBlog

Un Blog por y para las Artes Escénicas, en Jaén y en el mundo.

DESEO

     En las estancias saqueadas por la luz, cabriolean los potros escabrosos y, en la distancia, es dable confundir el deseo con la esperanza.

     Los ensimismados sienten picores en la entrepierna, acosados por una versátil concupiscencia que les atormenta las ganas ajadas de autocomplacencia.

     Todo se vuelve oscuro, de un negro azabache que inunda tensiones y alarga, inexplicablemente, el alivio somnoliento de las horas muertas.

     La monotonía amplía demasiado la espera y, de repente, otro reflejo escarlata asoma en una geografía erótica que, al azar, se ha creado en el ambiente. Nuevas sensaciones...

     A los ojos del pecado, todo es pornográfico.

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AY ANA, ANA!

AY ANA, ANA!

     Ana me dejó. La quería. Sufrí. Ay, Ana. No sabía qué hacer. Me paseaba de un lado al otro en el piso de Avenida Libertad. Y el piso es chico. Me sentaba, caminaba, volvía a sentarme, lloraba antes de dormir.

     Estaba en la hoja del periódico que envolvía la lechuga. Así llegó a mis manos el Sudoku. Me llamó la atención la cuadrícula, junto al horóscopo. Muchas casillas vacías y algunos números. Fue raro: no hizo falta leer las reglas. En la cuadrícula de diez por diez, había que completar las casillas de forma tal que en las columnas y filas aparecieran, sin repetirse, los diez números del sistema decimal. Había tres niveles: fácil, medio y diabólico.

     Me obsesioné. A la semana, ya dominaba el diabólico. Como los del periódico no me bastaban, compré en una librería una revista de Sudoku, que venía de Italia. No era cara. La liquidé en un fin de semana. Mi cerebro vomitaba las series numéricas con una agilidad que me sorprendía. Ana se fue borrando de mi mente, pero supuse que reaparecería si dejaba el Sudoku. Volví a la librería y compré más revistas.

     Los recuerdos que tenía de Ana se fueron mezclando con los números en mi cabeza. Ya no distingo su hermosa sonrisa de un tres, o una suave caricia de un ocho. Y mis días se fueron haciendo más livianos: siete y cuarto suena el despertador, tres minutos de remoloneo, ocho pasos hasta el baño, sesenta y cuatro cepilladas maxilar superior, sesenta y cuatro maxilar inferior, hervor del agua en seis minutos a fuego mínimo, a las siete y treinta y ocho ya sobre la bicicleta, mil quince pedaladas hasta el semáforo de la avenida, veinticuatro segundos hasta la luz verde, ciento veintitrés pedaladas más y llego al restaurante a las ocho en punto.

     Ayer murió Ana. La atropelló un coche. No lloré ni una lágrima. Y eso que la quería como a nadie. Justo ese día batí mi récord: un diabólico en seis minutos y tres segundos.

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NOCHE ETERNA

     En la amanecida

los insomnes minutos

corren en desesperada huida,

mientras el hálito

de tu cuerpo

calienta esta cama vacía.

     Ensimismado,

con el placer aún humedo

en mis manos,

busco tus caricias

en la noche eterna del alma;

pero tú, pantera herida,

me has dejado

solo el murmullo de tus labios

y la embriagante presencia

de tu aroma a jazmín

y azucenas

de omnubiladas

pasiones de la carne.

     ¿Volverás esta noche

al nido del amor atemperado?

¿Dejarás que mis dedos

redescubran

la geografía oscura

de tu cuerpo?

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LA BUHARDILLA DE TÍA MAITE

LA BUHARDILLA DE TÍA MAITE

      1. El lunar.

     Desde aquella tarde nada fue igual con Teresa. Habíamos perdido la inocencia para dar paso a un deseo desbocado, a una atracción fatal que, inevitablemente, nos llevaba, cada tarde a las siete, a la buhardilla de la casa de Tía Maite donde, con una liturgia que se repetía una y otra y otra vez, yo le desabrochaba la hebilla del sujetador sin ni siquiera quitarle la blusa. Ella se dejaba hacer convencida de que, tras el ritual, mis besos se dirigirían a esa zona entre la nuca y el hombro derecho donde (lo comprendí casi en la tercera sesión de nuestros encuentros a hurtadillas) se concentraba ese punto de inflexión en el que ella, transida de placer, caía en mis brazos, entregada en un trance que nos acercaba a ambos al éxtasis.
     Teresa tenía un gracioso lunar en la rabadilla y yo, fetichista de los minúsculos detalles pese a mis escasos 19 años de edad, me concentraba en lamerlo con delectación hasta la saciedad. El vello transparente que le cubría esa zona se erizaba como una diminuta selva tropical, y el cosquilleo me llevaba a una excitación extrema que ella aceptaba con unas suaves caricias sobre mi pene en el límite ya de su grosor. Pero éramos conscientes ambos de que todavía quedaba tiempo para que nuestros cuerpos se fundieran a través de los sexos humedecidos; nos gustaba ese sufrimiento de la espera, pues la saliva de nuestras bocas enardecidas desbordaba los pezones de ella y mis orejas...

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