Por Fin Teatro
Lo siento, pero si no lo digo, reviento. El tiempo pasa. Miro mi D.N.I. y veo que he superado con creces los cincuenta. Me digo: “chaval, no te queda más remedio que ir haciendo balance de lo que pudo ser y no ha sido”. Realidad triste y difícil de aceptar, ya que desde 1979 mi compañía y yo hemos hecho medio centenar de creaciones que, sin embargo, se han olvidado de manera natural, con el beneplácito de una clase política que se esmeró en señalar y bautizar como “cosa marginal”, y a la que jamás reconocieron su significado real: trabajos diferentes que sembraron un pensamiento imprescindible, por políticamente incorrecto y poéticamente excepcional.
Hicimos de la ciudad un cementerio cuando talamos los árboles umbríos, cuando esparcimos el asfalto por la tierra y huyeron los pájaros del día, cuando la noche del vacío desplegó sus tinieblas por el alma de los hombres... Cuando toda la ciudad era un desierto, y las tres únicas fuentes del oásis urbano estaban prohibidas. Cuando la contaminación minaba las entrañas de los largos ríos, cuando las nubes desplomaban sus cabezas carbonizadas, cuando los niños golpeaban con sus blancos puños de impotencia los cristales de unas ventanas que no conducían a las libertades del aire. Cuando los niños orinaban en las blancas sábanas, cuando los niños lloraban o reían y sus lágrimas eran manifiestos de protesta, cuando los niños estaban pálidos y tristes, sus miradas inocentes, sus cuerpos frágiles; cuando los niños eran encerrados en jaulas de tela metálica, aseguradas contra las molestias, cuando los padres veían la televisión ajenos a escuchar el sollozo-grito de sus hijos enjaulados...
Escribió bellos nombres,
hizo versos distintos,
habló de la ciudad,
contó del aire y esas
flores ambiguas de su tierra.
Puso en orden palabras
sin doblez, muy verdaderas,
palabras en la luz.
Y ya con todo,
a golpes de vida y de dolor,
vertió su sangre en versos
nunca circunstanciales,
que pudiesen darle
dineros, no la gloria.
Mas llegó un jurado,
impecable y perfecto,
fuerzas vivas de la localidad
-frustrados vates,
aquel mecenas prócer-
que, con gruesas gafas,
miraron los poemas
como en un microscopio.
Y, después de alabar tópicos,
tantas disquisiciones,
pensamientos vanos,
dedicieron,
sesudos,
conceder aquel premio
a Fulano de Tal,
amigo de unos pocos
y, en verdad, deleznable.
Cuando todos en la Corte creían que el Caballero Fortimbrás iba a resbalar, en la artística pirueta con la que dio por finalizada la elegante y novedosa coreografía con la que había adornado su danza con la bella Florinda en el concurso anual que, en cada inicio de Primavera organizaba el mismísimo Rey Sol, apoyando todo su peso corporal y el de Florinda en los llamativos borceguíes de piel de camello que para la ocasión le había fabricado Rocamadour, famoso zapatero de atrevidos e innovadores diseños, mantuvo en el aire a la grácil dama por unos resistibles segundos. Todo finalizó con un estruendoso aplauso que premiaba la destreza mostrada por la pareja de una manera más entregada que a los anteriores participantes del "Concurso Ababol" (así llamado por el magnífico trofeo en forma de esa extraña planta, que se entregaba al ganador).
Y es que cuando Rocamadour confeccionaba unos borceguíes por encargo, lo hacía con tal entrega personal en ello que su creatividad se superaba en cada caso y, el del heredero del Chatêau de Calandrama merecía la pena su especial dedicación; no en vano, el padre de Fortimbrás (el marqués de Fontaneda) había lucido como nadie en la Corte parisina los más elegantes borceguíes que jamás nadie había portado. Ni siquiera Su Graciosa Majestad, Luis XIV, había sabido calzarse con tanta destreza un borceguí en cada uno de sus pies: un minúsculo 32 impedía a los zapateros reales cuadrar una horma tan pequeña para sus botines.
Si todo lo que deseo
se convirtiera en volátil,
yo mismo sería frágil mariposa
que surca el aire para
estar junto a ti.
Si mis labios pudieran
capturar tu aliento,
cautivo quedaría por siempre
de ti, junto a ti,
en conjunción contigo.
Si mi corazón supiera
entender los latidos del tuyo
un lenguaje universal de amor
navegaría en única dirección hacia ti.