Desde nuestro canal de YouTube, "Escenarios de Farándula", hemos querido realizar un pequeño, pero emotivo, homenaje a Fernando Arrabal, uno de los dramaturgos más influyentes en el teatro europeo del Siglo XX y lo que va de XXI, con motivo de su 90 cumpleaños. Para ello hemos propducido el Documental "Arrabal, 90 aniversario", en el que nos centramos en su biografía, su personalidad (atrapada por el recuerdo del padre ausente), su forma de entender el teatro, su enfrentamiento con el régimen franquista...; todo alrededor de una de sus obras que, a mi personalmente me ha influido con mayor pasión en mi relación con el arte escénico: "Fando y Lis". Espero que os guste nuestro acercamiento a uno de los escritores que han dado una perspectiva más humana al teatro.
PorFinBlog
Hemos querido en esta edición de nuestro magacín de cultura militante, "Teatrerías", dar a conocer de manera más personal el imaginario creativo de este joven artista de Torreperogil: Fer Martínez. Un creador de video-arte y fotografía de autor en cuyo trabajo nos acerca parte de su mundo interior. Con este programa iniciamos un período de colaboración mútua que nos servirá, seguro, para avanzar en nuestro concepto de cultura y arte como vía de entendimiento global.
Llevo un tiempo (desde que el 22 de julio he pasado a la condición de "viejo") en el que vuelven a mi recuerdos, imágenes, reflexiones, que me están haciendo descifrar enigmas que, como el de nuestra infancia -la infancia en general- viene a significar ese estado en el que se determina la capacidad que tenemos esta especie que llamamos humana, de hacer cosas terribles y hermosas al mismo tiempo. Y, en mi caso, el teatro siempre en el centro, tan pequeño y a la vez tan enormemente importante en mi vida, para llenarme la cabeza de preguntas y pensamientos con los que he imaginado caminos desde los que rebelarme contra lo que me dijeron era inevitable. Y aquí sigo, con un hartazgo de ser siempre víctima de la historia que nos contaron -me contaron-, porque todo es infancia desde la que reconducir la memoria con recuerdos y hermosas certidumbres, alimentándonos así del maná que nos haga demostrar que no se borra la infancia con la edad. No. Se queda con nosotros en forma de alacena repleta de manjares del alma que nos alimentarán el resto de nuestra vida.
Yo me salvo cuando duermo acompañado. Yo me salvo diciendo no puedo evitarlo. Yo me salvo si sonrío. Yo me salvo cuando sueño. Yo me salvo si te salvo. Yo me salvo si me miras. Yo me salvo si no paro. Yo me salvo si guardo silencio. ¿Yo?
Te cuento que existo y no sé bien por qué. Sé que me levanto cada mañana y me activo para cumplir con todo lo que el día me trae. Si me preguntas quién soy, no tendré respuesta. A esta forma de vida la llamo naufragio. A veces te salvas y consigues estar a flote. A veces te da la gana y te ahogas un rato para ver dónde llegas. Pero otras veces es la marea la que baja por sí sola y te ves, y te dices: "¡Joder!". O te echas a reír, o te echas a llorar, o te vuelves loco que para el caso es lo mismo. Y es cuando aparece, con una sencillez terrible, la falta de tu propia esencia. Y miras la foto de comunión que tu madre tiene en el mueble-bar del salón y piensas: "Tío, ¿qué has estado haciendo?" Y miras a tu madre que está sentada en el salón con la mirada en ningún sitio, para ver si... y te viene que ella también se olvidó. Y ese olvido es la marea que vuelve a subir. Y no creas, es entonces cuando te salvas. Te entretienes y te olvidas.
Marea baja es el momento de reconocerte a ti mismo perdido. Es el vacío.
La noche sexitana, una copa de vino compartida 30 años después, los recuerdos que vuelven en catarata de nostalgias, y un desplome de cariño antes de la inminente tormenta, me despiertan la ternura de las infinitas tardes de juegos y "adivina adivinanza", en la verdad de los quereres inolvidables, en la inmensidad de los amparos imperecederos.
Es necesario volver, pues la espera me lleva, inevitablemente, a comprender que recuperar la verdad del cariño nos hace grandes. Siempre nos quedará nuestro Paseo del Prado y un "yo sigo ahí".
Beckett tuvo desde siempre una profunda fascinación por cierto tipo de individuos, a los que convirtió en su "familia", como llamó al conjunto de sus personajes. En su infancia dedicaba largas horas del día a dibujar a los vagabundos y mendigos, que a su vez inspiraron a dos de sus influencias dublinesas: por un lado, el dramaturgo John Millington Synge; por el otro, el pintor Jack B. Yeats, autor de lienzos que podrían ilustrar cualquier edición de "Godot".
Una experiencia personal daría el impulso definitivo a la redacción de la obra que nos ocupa. Beckett y Suzanne Deschevaux-Dumesnil, su mujer, se involucraron activamente en la Resistencia francesa durante la ocupación alemana. Cuando algunos de sus amigos comenzaron a ser detenidos por la Gestapo, decidieron refugiarse en el pequeño poblado de Roussillon d'Apt, al sur de Francia. Ahí vivieron entre finales de 1942 y principios de 1945, trabajando para un vitivinicultor. En ese período, el autor irlandés abandonó su lengua natal a favor del francés, el idioma en el que escribiría sus textos a partir de entonces y que le permitió encontrar su propia voz, alejado ya de la influencia temprana de su maestro James Joyce.
Obligado por las circunstancias a aislarse en una comunidad rural, Beckett se ejercitó en el acto insoportable de esperar: el mundo detenido, suspendido, una extensión interminable de hastío, de aburrimiento. En "El castillo", Kafka habló de la espera en estos términos: "Ese estar allí en vano, aguardando un cambio día tras día, y una y otra vez de nuevo y sin esperanza alguna, agota y hace dudar y, finalmente, incapacita incluso tanto para cualquier otra cosa como para este mismo estar desesperado."
La imagen primera de los vagabundos terminó fusionándose con la de la pareja que espera la liberación de París. El resultado: una pieza teatral que, a estas alturas, ha producido tantos exégetas como "Hamlet". Aunque se han estudiado todos sus posibles significados, cada uno de sus recovecos, en "Esperando a Godot" se impone una asombrosa simplicidad escénica atravesada por la reflexión sobre la espera, que se despliega como una metáfora de la agonía.
Hay un aspecto que, sin embargo, ha sido poco explorado, acaso porque los críticos prefieren concentrarse más en la profundidad filosófica del texto que en su genealogía literaria. Me refiero a la estirpe de Didi y Gogo, los personajes de "Godot", que pueden ser leídos como el comentario final a una serie de parejas tragicómicas en la historia de la narrativa occidental, que nacieron con el Quijote y Sancho Panza.
El Caballero de la Triste Figura y su fiel escudero recorren el paisaje desolador de La Mancha amparados, principalmente, en el ímpetu desquiciado del primero. Pero en esos periplos sólo las palabras les ayudan a matar el tiempo. Cervantes ideó diálogos admirables en los que sus personajes, más que argumentar, pueblan el silencio aterrador con sus peroratas. En su interminable espera, Didi y Gogo (o Vladimir y Estragon, como se les llama en el libreto) hacen lo mismo, llenar la escena (y el universo) con esas "manchas en el silencio".
Didi y Gogo son el fin de una descendencia, el Quijote y Sancho, después de la historia, como cerrando un círculo abierto por sus lejanos ancestros: los personajes de la picaresca. Tienen en cuenta a todos sus parientes: Bouvard y Pécuchet, los guardianes de Josef K. en "El proceso", los ayudantes de K. en "El castillo" o sus propios hermanos, Mercier y Camier. Pero también a toda una serie de cómicos fascinantes: Buster Keaton, Charlie Chaplin, Laurel y Hardy y los Hermanos Marx, sin olvidar a los lejanos pero siempre vigentes bufones shakespeareanos. (Hay una lectura paralela del Quijote y Sancho dentro de la misma obra: el tirano Pozzo y el esclavo Lucky, que fraguan una especie de fin genealógico alternativo, animado por la crueldad.)
Los modelos de "Esperando a Godot" son de una variedad apabullante: el vodevil, la mímica, el cabaret, el circo, el music hall, el cine mudo, la comedia, la farsa. Entre octubre de 1948 y enero de 1949, el período en el que fue redactada la obra, el autor irlandés reunió una serie de materiales tan diversos que su síntesis sólo puede atribuirse a una inteligencia y un talento descomunales.
"Godot" aporta, entre muchas otras cosas, una manera inédita de crear tensión dramática: a través del hastío. Los prolongados silencios, la ausencia de acción, sumen al espectador en una extraña incomodidad, que termina convertida, gracias a diálogos magistrales, en un humor desesperado, una risotada que, sin embargo, tiene muy poco de alegre. Han transcurrido ya 63 años de su estreno (el 5 de enero de 1953, en el parisino Théâtre de Babylone, bajo la dirección de Roger Blin), "Esperando a Godot" es ya un clásico indiscutible y seguirá siendo representada mientras exista interés por Shakespeare, o sea, por la literatura.
Para terminar, formulo mi escena ideal. Casi al final del primer acto, Didi y Gogo esperan a Godot a un lado del camino, en la monotonía del páramo, apenas rota por el árbol que nace a un lado de ellos. El Muchacho acaba de irse, luego de avisarles que Godot no llegará ese día. Súbitamente se hace de noche y, bajo una luna pálida, Gogo parafrasea un par de versos de "A la luna", de Shelley. (Beckett sólo incluyó ese pasaje en la versión inglesa.) El poema íntegro dice:
"¿Estás pálida de hastío
de escalar el cielo y contemplar
la tierra,
vagando sin compañía
entre estrellas de orígenes distintos,
y siempre cambiando, como un ojo
sin alegría
que no encuentra un objeto digno de
su constancia?"