PorFinBlog
Fue al leer "El innombrable" cuando nació mi pasión por el divino irlandés, pasió que dura ya más de 40 años. Por eso, dejando al margen odo lo que se ha escrito sobre el lenguaje que maravilló a toda una generación, me gustaría dejar aquí ese aforismo que todavía hoy me conmueve, cuando el protagonista, inundado por las lágrimas, convencido de que nunca renunciará a seguir hablando, dice: "Yo solo soy un hombre y todo lo demás es divino".
En base al cuento de Mª Teresa Morales, hicimos este "corto-corto" para participar en el "Concurso de Video-Minuto" que la Concejalía de Igualdad del Ayuntamiento de Torreperogil convocó para el Día Contra la Violencia de Género, con la sola intención de hacer presentes estas situaciones que se suceden en muchos de nuestros hogares y que se mantienen en silencio. Conseguimos el Premio, pese a que el video se grabó con sonido directo y no se editó posteriormente. Gracias!
Beckett tuvo desde siempre una profunda fascinación por cierto tipo de individuos, a los que convirtió en su "familia", como llamó al conjunto de sus personajes. En su infancia dedicaba largas horas del día a dibujar a los vagabundos y mendigos, que a su vez inspiraron a dos de sus influencias dublinesas: por un lado, el dramaturgo John Millington Synge; por el otro, el pintor Jack B. Yeats, autor de lienzos que podrían ilustrar cualquier edición de "Godot".
Una experiencia personal daría el impulso definitivo a la redacción de la obra que nos ocupa. Beckett y Suzanne Deschevaux-Dumesnil, su mujer, se involucraron activamente en la Resistencia francesa durante la ocupación alemana. Cuando algunos de sus amigos comenzaron a ser detenidos por la Gestapo, decidieron refugiarse en el pequeño poblado de Roussillon d'Apt, al sur de Francia. Ahí vivieron entre finales de 1942 y principios de 1945, trabajando para un vitivinicultor. En ese período, el autor irlandés abandonó su lengua natal a favor del francés, el idioma en el que escribiría sus textos a partir de entonces y que le permitió encontrar su propia voz, alejado ya de la influencia temprana de su maestro James Joyce.
Obligado por las circunstancias a aislarse en una comunidad rural, Beckett se ejercitó en el acto insoportable de esperar: el mundo detenido, suspendido, una extensión interminable de hastío, de aburrimiento. En "El castillo", Kafka habló de la espera en estos términos: "Ese estar allí en vano, aguardando un cambio día tras día, y una y otra vez de nuevo y sin esperanza alguna, agota y hace dudar y, finalmente, incapacita incluso tanto para cualquier otra cosa como para este mismo estar desesperado."
La imagen primera de los vagabundos terminó fusionándose con la de la pareja que espera la liberación de París. El resultado: una pieza teatral que, a estas alturas, ha producido tantos exégetas como "Hamlet". Aunque se han estudiado todos sus posibles significados, cada uno de sus recovecos, en "Esperando a Godot" se impone una asombrosa simplicidad escénica atravesada por la reflexión sobre la espera, que se despliega como una metáfora de la agonía.
Hay un aspecto que, sin embargo, ha sido poco explorado, acaso porque los críticos prefieren concentrarse más en la profundidad filosófica del texto que en su genealogía literaria. Me refiero a la estirpe de Didi y Gogo, los personajes de "Godot", que pueden ser leídos como el comentario final a una serie de parejas tragicómicas en la historia de la narrativa occidental, que nacieron con el Quijote y Sancho Panza.
El Caballero de la Triste Figura y su fiel escudero recorren el paisaje desolador de La Mancha amparados, principalmente, en el ímpetu desquiciado del primero. Pero en esos periplos sólo las palabras les ayudan a matar el tiempo. Cervantes ideó diálogos admirables en los que sus personajes, más que argumentar, pueblan el silencio aterrador con sus peroratas. En su interminable espera, Didi y Gogo (o Vladimir y Estragon, como se les llama en el libreto) hacen lo mismo, llenar la escena (y el universo) con esas "manchas en el silencio".
Didi y Gogo son el fin de una descendencia, el Quijote y Sancho, después de la historia, como cerrando un círculo abierto por sus lejanos ancestros: los personajes de la picaresca. Tienen en cuenta a todos sus parientes: Bouvard y Pécuchet, los guardianes de Josef K. en "El proceso", los ayudantes de K. en "El castillo" o sus propios hermanos, Mercier y Camier. Pero también a toda una serie de cómicos fascinantes: Buster Keaton, Charlie Chaplin, Laurel y Hardy y los Hermanos Marx, sin olvidar a los lejanos pero siempre vigentes bufones shakespeareanos. (Hay una lectura paralela del Quijote y Sancho dentro de la misma obra: el tirano Pozzo y el esclavo Lucky, que fraguan una especie de fin genealógico alternativo, animado por la crueldad.)
Los modelos de "Esperando a Godot" son de una variedad apabullante: el vodevil, la mímica, el cabaret, el circo, el music hall, el cine mudo, la comedia, la farsa. Entre octubre de 1948 y enero de 1949, el período en el que fue redactada la obra, el autor irlandés reunió una serie de materiales tan diversos que su síntesis sólo puede atribuirse a una inteligencia y un talento descomunales.
"Godot" aporta, entre muchas otras cosas, una manera inédita de crear tensión dramática: a través del hastío. Los prolongados silencios, la ausencia de acción, sumen al espectador en una extraña incomodidad, que termina convertida, gracias a diálogos magistrales, en un humor desesperado, una risotada que, sin embargo, tiene muy poco de alegre. Han transcurrido ya 63 años de su estreno (el 5 de enero de 1953, en el parisino Théâtre de Babylone, bajo la dirección de Roger Blin), "Esperando a Godot" es ya un clásico indiscutible y seguirá siendo representada mientras exista interés por Shakespeare, o sea, por la literatura.
Para terminar, formulo mi escena ideal. Casi al final del primer acto, Didi y Gogo esperan a Godot a un lado del camino, en la monotonía del páramo, apenas rota por el árbol que nace a un lado de ellos. El Muchacho acaba de irse, luego de avisarles que Godot no llegará ese día. Súbitamente se hace de noche y, bajo una luna pálida, Gogo parafrasea un par de versos de "A la luna", de Shelley. (Beckett sólo incluyó ese pasaje en la versión inglesa.) El poema íntegro dice:
"¿Estás pálida de hastío
de escalar el cielo y contemplar
la tierra,
vagando sin compañía
entre estrellas de orígenes distintos,
y siempre cambiando, como un ojo
sin alegría
que no encuentra un objeto digno de
su constancia?"
"El teatro
Lo minoritario que es el teatro de Beckett lo confirma lo poco que se le representa. Incluso ahora, superado el centenario de su nacimiento (109 años), cuesta encontrarse con alguna de sus piezas en la cartelera teatral de este país nuestro de cada día. Es más, casi podría asegurar que se le representa lo mismo, o incluso menos, que en años anteriores. Y eso que se trata, posiblemente, del autor más emblemático del Siglo XX.
Por eso, a mi manía de echar mano a viejos proyectos debo agradecerle la oportunidad de recuperar un buque insignia del teatro contemporáneo. La pieza que rompió los moldes estéticos y temáticos de representación establecidos en los 50 para dar pie a los nuevos realismos, que ponen su empeño en resaltar el impasse existencia y la desesperación. La nueva tragedia, en fase residual, de la modernidad que nos ha tocado vivir.