Oír y escuchar, mirar y ver son tan parecidos y, a la vez, tan diferentes que nos arrastran hacia las trampas del lenguaje. Y la acción dramática no podia ser menos.
Tiempo de espera. Nueva realidad. Miro a mi alrededor y veo enormes telones que no me dejan ver el escenario. El telón es de una densa calima y de un viscoso y oscuro mar.
Estoy confuso, perdido ahora. Tres meses de inacción dejan huella. ¿En qué dirección caminar? ¿Hacia qué lugar del horizonte dirijo la mirada? ¿Por dónde comienzo mi travesía? Tendré que esperar a que se disipe el humo y pueda ver, con claridad, el paisaje. Tendré que esperar a que se levanten todos los telones para que se haga visible aquello que es invisible...
Pero me urge crear, contar, soñar, representar. Cuando las aguas del mar Mediterráneo sean cristalinas podré contar uno a uno todos los ahogados que huían de la miseria y de la guerra. Cuando el humo de las bombas haya desaparecido buscaré entyre los escombros, levantaré los bloques quebrados de los edificios, y sacaré todos los cadáveres.
Violencia visual. Incertidumbre. Costumbres nuevas. Las escenografías muestran un mapa donde los laberintos se superponen uno tras otro formando un extraño juego de espejos. Desde mi butaca preasignada aún veo largas caravanas de refugiados que huyen de la guerra. Otros escapan de la pobreza y del miedo para estrellarse contra fronteras levantadas con fusiles y concertinas.
Hablar. Luchar. Denunciar... Pero la función no termina y todo sucede con el telón echado. No hay silencio y, en cambio, todo está en absoluto silencio. Y yo espero el final para gritar con todas mis fuerzas, aunque sea en silencio, cada uno de los nombres de los personajes que recorren el escenario en todas las direcciones.
Mutis por el foro. Oscuridad. Telón. Es posible que al final se levante el telón y, aunque esté lleno de la humedad de la muerte, todo deje de ser invisible. Y esta nueva realidad nos anime a contar la verdad: que hemos cambiado, aunque haya costado un millón de muertes.