A vueltas quietas
“Necedad… necedad para… para qué… cómo se dice… necedad de esto… todo esto… necedad desde todo esto… de todo esto… entrever al parecer… entrever… necesidad al parecer de entrever… tenue a lo lejos allá lejos que… necedad de necesitar al parecer… entrever tenue a lo lejos allá lejos qué… cómo… cómo se dice… cómo se dice…”
Finnegans Wake
“Anhelar la mente susodicha largo tiempo perdida para el anhelo. La susomaldicha. Hasta ahora susomaldicha. A fuerza de largo anhelo perdido para el anhelo. Leve anhelo en vano aún. A más leve aún. A lo levísimo. Leve anhelo en vano del mínimo anhelar. El mínimo anhelo indisminuible. Inaquietable mínimo en vano de anhelar aún.”
“Paradójicamente, es en la forma donde el artista puede encontrar una solución de alguna clase. Se trata de dar forma a lo informe. Probablemente sólo en ese sentido podría existir una especia de afirmación subyacente”.
“En una fiesta, un presunto intelectual inglés me preguntó por qué escribía siempre sobre la angustia. ¡Como si fuese perverso hacerlo!... Me marché de la fiesta en cuanto pude y tomé un taxi. En la mampara de cristal, entre el taxista y yo, había tres rótulos. En uno se pedía una caridad para los ciegos, en otro una ayuda para los huérfanos, en el tercero un donativo para los refugiados de guerra. No hay que ir muy lejos para buscar la angustia. Nos grita a la cara dentro incluso de los taxis de Londres”
“Godot se lo pasa pipa al lado de esta desolación y esta penuria: (“Dios me valga, otra cosa no sé hacer”)”

PorFinBlog

Un Blog por y para las Artes Escénicas, en Jaén y en el mundo.

SANGRE JUVENIL

     Todo estaba perfectamente controlado. No había lugar para la sorpresa, para lo extraordinario, repentino. Miguel era estudiante y vivía con sus padres; conflicto generacional. María estudiaba y vivía con sus padres; en crisis la familia. Y un día descubrieron que no se amaban más allá de sus problemas. Cortaron y continuaron solos. Los padres, ajenos, disimulaban soledad en el lavavajillas, en el tostador de pan, en el horno eléctrico, en la televisión.

     - Una cocacola.

     - Una cerveza.

     Los largos, parsimoniosos días de letargo en tiempos de la fiesta juvenil.

     - Esto es un infierno.

     - Me aburro.

     - La nada. Rompamos las cadenas.

     Llovió. Florecieron los campos. El fruto maduró, fue recogido. El fuego hizo estragos. Y llovió. La sangre juvenil ya liberada no supo del futuro, jamás se sintieron tan potentes, tan dueños de sí mismos.

    Después, ya se sabe, tuvieron cuatro hijos; con los años, pesadillas, un buen sueldo, sonrisas de nylón; con los años, usar la píldora. Desencantos, un buen sueldo, un poco de lumbago, la calvicie, morirse con buen nombre, ya se sabe..., la sangre juvenil es tan cándida...

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LUNA CAUTIVA

     Los caballos tristes, blancos de las ganas ajadas de escapar, pasean esta noche también por el contorno de la luna, esa traidora que desapareció dejando aquí mis cuentos. Llevándose el futuro –creo- en un baúl. Claro, yo miro los caballos que sobre su contorno dejan huellas y me quedo con ese abundante picor en la cara; con esa suciedad mezcla de humo y desencanto corriéndome por las grietas de los párpados. Desde la ventana, terribles ganas de patinar sobre el rabillo de las letras, que siempre son las mismas, y subir a las grupas largas de la oscuridad y patear, y esa traidora brillante que sonríe. Y una vez limpio de tanta rutina que espera; de tanto aguante negro aquí, dejar de esconderse uno mismo dentro de las propias piernas. Pintar un garabato y una palabra distinta en la pared de un cráter.
    Estoy seguro de que cuando esté también allí, alguien desde cualquier ventana, nervioso por la incertidumbre que azuza la posibilidad de marchar, como yo, se restregará la cara contra el estropajo de la noche y, ya con un pie fuera, me regalará descaradamente guiños de complicidad. ¡Pobre iluso! Allí tampoco está la luna.

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DOS HISTORIAS DE DESAMOR (Microrelatos)

     1. Si tú me dices ven, lo dejo todo...; pero espera a que lance el penalti Ronaldo, mi amor.

    2. Desde lo más profundo del espejo ella lo miraba indolente; mientras, él se atormentaba pensando qué había ocurrido.

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DOS MICRORELATOS

     1.- Cuando le dijeron que todo había acabado, él no lo creyó y siguió caminando hacia la luz.

     2.- Pese a que los calamares les robaron la tinta, los cangrejos siguen escribiendo historias de amor sobre las rocas.

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PERIFERIA, de Juan Troyano Hernández

     Entre las juntas de las baldosas empezaba a surgir el verdor de la hierba que se rebelaba contra aquella barrera puesta entre ella y el sol. Pequeños brotes apenas invisibles que poco a poco iban dando pinceladas, como cuadraditos verdes entre tanto gris, entre cenefas indescifrables como jeroglíficos egípcios.
     Paseaba mirando al suelo, las manos en los bolsillos, pensando en cualquier otra cosa que no fuera ver crecer la hierba entre los adoquines, allá enmedio de la calle donde surgía una grieta. Debajo había vida, sólo habia que sacarla, picar la calle, hacer hondos agujeros por donde pudiera expandirse la epidemia verde.
     Hacía frío, pero él no lo sentía. Había cierto murmullo de coches allá por el centro de la ciudad, pero en la periferia parecía como sonido ambiental, lejano. En la periferia no tenía que ir por la acera esquivando a viandantes dislocados buscando no llegar tarde al trabajo. Hombres trajeados con maletín, mujeres con minifaldas y medias seminegras, que tal vez iban con la mente puesta en como conseguir que su jefe estuviese contento con ellas. Por eso se habian puesto su mejor y más bonita y cara ropa interior.

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"RECUERDA, CUERPO"

     Somos las tinieblas en el ardor del día, las desenraizadas flores en el aire, la frescura. Somos el agua posada en las hojas en presencia de la muerte. Nuestro sol, cuyo intenso calor nos arrebata... Nos confundimos con el corazón de la rosa, hija de la belleza. Somos las criaturas del verano, el aliento del anochecer, los días, cuando todo puede esperarse. Somos la irretornable sonrisa del ausente vislumbrada en las hojas del estío, aquél sol y sus desdeñantes luces falaces.

     Quisiera expresar este recuerdo... pero ya se ha extinguido... como si no quedara nada... puesto que lejos, en mi primera adolescencia, reposa. Una piel como hecha de jazmines... noche de agosto (¿Era agosto?) Noche... Apenas recuerdo ya los ojos; eran, creo, azules... ¡ah, sí! De un azul zafiro.

     Recuerda cuerpo no sólo cuánto fuiste amado ni tan sólo los lechos en los que te acostaste conmigo, sino también esos deseos que para ti, claros, brillaban en los ojos y temblaban en la voz y los frustró un fortuito obstáculo. Ahora que ya todo yace en el pasado, hasta casi parece que te entregaste a esos deseos, recuerda cómo brillaban en los ojos que te estaban mirando; y cómo temblaban en la voz para ti, recuerda cuerpo.

     El cuarto era pobre y ordinario, oculto encima de la equívoca taberna. Por la ventana se veía la calleja, estrecha y sucia. Desde abajo llegaban las voces de unos cuantos parroquianos que se divertían jugando a las cartas. Y allí, sobre vulgar y humilde lecho, fue mío el cuerpo del amor, y poseí los labios voluptuosos y rosados de la embriaguez, rosados de una embriaguez tal que incluso ahora, al escribir ¡después de tantos años!, en mi casa tan sola, me embriago una vez más.

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"LA SENCILLEZ DE LAS CARICIAS"

     Hoy, amor, que no has querido acompañarme, he visto tu cuerpo en el escenario con toda la ternura que desprendes. La belleza de la iluminación en la escena, el espacio abierto, sucinto para envolverlo con tu aliento, me ha hecho recordar la sencillez de las caricias que como enamorados cuajan nuestros encuentros. Creía con torpeza que sólo poseíamos el secreto de la entrega, pero he encontrado a los intérpretes de nuestro amor con expresivas muestras de cariño. Su ejercicio de amor, sin el pudor que tanto molesta, suscita nuestro mundo de sensaciones.

     El concepto de teatro moderno, sin el rigor al que obliga la concepción clásica, pero en el uso medido de su técnica bien ejecutada y lleno de las provocaciones que los probos llaman lujuria y los poetas locura, embriagan el ambiente, como tu cuerpo lo hace conmigo, con una ténue música casi mística, envolvente, que sirve para sostener una voz dulce y tentadora de ecos gregorianos. Pero la ternura a veces es desgarrada por la violencia que emana la pasión. Una pasión abrumadora y elemental.

     Y así, una riada de guijarros cae cubriendo la escena sobre la que los cuerpos se unen sin daño alguno, o una profunda sima que se abre a sus pies formando un pozo visible, en cuyas aguas se pierden los cuerpos, como en tu sudor yo me anego. De repente se rompe la magia amorosa, cuando alguien corta la secreta armonía con palabras que suenan a hueco, a jolgorios de comadres. Son momentos de distensión, como cuando tú te bañas.

     La solemnidad de la puesta en escena, cercana al rito, a la pura teatralidad, al efecto, a la sorpresa, como cuando tú te arreglas cada tarde. Todo está presidido por una enorme cruz donde yace un Cristo indefinido, patético y sensual. Te aseguro, amor mío, que de haber estado aquí esta noche, también habrías aplaudido con fuerza, porque verse reflejado en la hermosa sencillez es cosa que los artistas suelen hacer para su goce y el nuestro.

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"BIBLIOTECAS"

     En estas bibliotecas tan infinitas como hace milenios lo fue la de Alejandría, añorada Nerea, ¿dónde quedarán estos versos? Es decir, ¿en qué diminuto estante de una más diminuta sección de la biblioteca más extensa del universo mi único libro de poemas que escribí para ti?

      Y mi nombre, ¿quién acaso lo recordará cuando la velocidad de la luz, en un archivo igualmente sólo de luces, alguien pase sin siquiera teclear nunca el título de este poema, iluminado o indiferente, por alguna línea pasajera?

      ¿Y quién será por casualidad el pasajero virtual que ojeará al azar en una pantalla de ordenador, alguna vez en el año 3492, aquél perdido libro mío y mire, despreocupado quizás, lo que escribí pensando en ti? ¿Quién recordará que hace miles de años tú me inspiraste y compuse estas palabras hechas de amor, mi dulce, añorada Nerea, subido en los muros de otra Babilonia, una tarde a mediados del año 1990?

       ¿O en qué se convertirán todas estas líneas que quizás no fueron escritas por mí, sino por el poeta Aikú Zen, cuando él no era todavía un monje y no yo, loco poeta y amante somnoliento, quien realmente imaginó todo este poema pero que nadie, nunca, leerá? Como aquél otro poeta ciego y aún joven cuando se le oscureció la realidad, llamado Jorge Luis Borges, quien decía éramos imaginados por alguien o tal vez él se hizo pasar (en el futuro) por todos los poetas antes de él y también por mí mismo?

        Pero ¿quién sabe si aquél joven poeta que escribió un epigrama para una tal Nerea durante la amargura del exilio, hace miles y miles de años, fuera yo mismo y ahora, a través de una realidad virtual, recreada miles de años después, yo te lo vuelvo a escribir únicamente para ti cuando ya no hay amargura ni exilio alguno, añorada Nerea?

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"¿ME QUIERES?"

     Y los muslos remontan los muslos. Y se apresura la sal de la lentitud, que recojo con la lengua temblorosa. Y la lengua atraviesa la lengua y el acero. Y el cielo es manos, y aquello en que se posan las manos. Y los dedos son hambre.

     (Tú me has hecho sentir cosas que no había sentido con nadie.)

    Y los muslos, enzarzados, alcanzan la médula del instante, la lápida de lo nunca sido. Y los ojos lamen y saquean y penetran en lo oscuro. Y la blusa cae. Y el aire cae. Y los vientres se levantan y caen y se levantan y se enceguecen de mucosas.

     (Sólo con oírte al teléfono me humedezco)

     Y el silencio alcanza el límite de la saliva, y lo acaricia. Y las formas intercambian sus centros, se desnudan de escamas y escaleras, hasta que ya no sé dónde están mis brazos, el pene aturdido, la península de los sueños, los nombres.

     (Esta tarde no te pongas nada debajo.)

     Y cae la piel, que descubre sus sabrosos barrizales, sus diamantes escondidos, y se vuelve a incorporar, como una ola del yo, como una murmurada cadena.

     (El yo es quebradizo, depende de una mano que alza el vuelo y el orgasmo, y que se convierte en nuestra mano.)

    Y la piel, al caer, es más piel, más concentración de baba y piel, más pureza agolpada o ebriedad de dientes. Y encuentro dureza en el pudor y en las entrañas, donde bate un viento espeso, palabras que arañan y gotean, hendiduras coléricas, zumo entreabierto.

     (Me gusta esta urgencia, significa que me deseas.)

     Y todo se desmorona en un golpe rojo, en una sucesión de espasmos que burla al tiempo y deshace el conglomerado de los días, en un hueco voraz en el que me arrebujo para saberme cosa, nada, dios, brizna poseída por el mundo, o alimentada por su demolición.

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DISPAR, de Juan Troyano Hernández

     Fría está la baldosa. Una película de polvo no deja ver el verdadero color que tiene. Dicen los entendidos que no es polvo, que son arañitas muy pequeñas a las que han bautizado como ácaros del polvo, de esa clase de polvo que no es divertida.

     Tumbado bajo la cama, espero. Estoy triste. Estoy muy solo. Me da igual el frío, apenas lo noto. Mis defensas son invulnerables. Me pregunto donde estará mi compañero, mi sufrido compañero. Algo le sucedió una mañana. Escuché claramente un “crack”, sabía que algo se había roto.

     Se lo llevaron una buena mañana, desde entonces esta pegajosa soledad me envuelve. Intento salir de aquí pero no sé, algo me lo impide ¿donde está mi compañero?

     Si muere yo moriré con él. Un final trágico para los dos. No puedo vivir sin él. Toda una vida siendo contínua y cruelmente pisoteados, bajo la lluvia, sobre el polvo, sobre el barro.

     Vuelve compañero, si no, nada tendrá sentido y moriré.

     Desagradecida, después de todo lo que hemos hecho por ella, ayudándola a simular metro ochenta cuando solamente mide metro setenta. Además, soportar los noventa kilos no los soporta cualquiera. Mira mi compañero como ha acabado, destrozado.

      Antes había zapateros que nos curaban, ahora vamos directamente a la basura. Mi compañero ya está allí, yo llegaré después, cuando alguien sepa donde estoy.   No puedo esconderme, sólo esperar que nadie se acuerde de mí.

     (JUAN TROYANO HERNÁNDEZ, 2015)

           

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AY ANA, ANA!

AY ANA, ANA!

     Ana me dejó. La quería. Sufrí. Ay, Ana. No sabía qué hacer. Me paseaba de un lado al otro en el piso de Avenida Libertad. Y el piso es chico. Me sentaba, caminaba, volvía a sentarme, lloraba antes de dormir.

     Estaba en la hoja del periódico que envolvía la lechuga. Así llegó a mis manos el Sudoku. Me llamó la atención la cuadrícula, junto al horóscopo. Muchas casillas vacías y algunos números. Fue raro: no hizo falta leer las reglas. En la cuadrícula de diez por diez, había que completar las casillas de forma tal que en las columnas y filas aparecieran, sin repetirse, los diez números del sistema decimal. Había tres niveles: fácil, medio y diabólico.

     Me obsesioné. A la semana, ya dominaba el diabólico. Como los del periódico no me bastaban, compré en una librería una revista de Sudoku, que venía de Italia. No era cara. La liquidé en un fin de semana. Mi cerebro vomitaba las series numéricas con una agilidad que me sorprendía. Ana se fue borrando de mi mente, pero supuse que reaparecería si dejaba el Sudoku. Volví a la librería y compré más revistas.

     Los recuerdos que tenía de Ana se fueron mezclando con los números en mi cabeza. Ya no distingo su hermosa sonrisa de un tres, o una suave caricia de un ocho. Y mis días se fueron haciendo más livianos: siete y cuarto suena el despertador, tres minutos de remoloneo, ocho pasos hasta el baño, sesenta y cuatro cepilladas maxilar superior, sesenta y cuatro maxilar inferior, hervor del agua en seis minutos a fuego mínimo, a las siete y treinta y ocho ya sobre la bicicleta, mil quince pedaladas hasta el semáforo de la avenida, veinticuatro segundos hasta la luz verde, ciento veintitrés pedaladas más y llego al restaurante a las ocho en punto.

     Ayer murió Ana. La atropelló un coche. No lloré ni una lágrima. Y eso que la quería como a nadie. Justo ese día batí mi récord: un diabólico en seis minutos y tres segundos.

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AGOSTO, de Juan Troyano Hernández

     Este bochorno, que ya no es sorpresivo. Esta calima horrible que aplana la mente, arranca bombas atómicas de las entrañas de la tierra yerma y baldía. Aquí el calor verde casi nadie recuerda cómo es.

     Arrastrar los pies por este sendero pedregoso. Pesa la bola de hierro atada a mi tobillo izquierdo. Va dejando el rastro como si de una serpiente se tratara. La pendiente ascendente empeora todo. ¿Por qué esta condena? ¡Soy inocente!

     Y tú, culpable de mi penitencia, tú, que deberías llevar esta carga, achicharrarte bajo el sol que no perdona ni sabe a quien martiriza. Tú, que te escondes en parajes donde la bravura solar no alcanza. Tú, que ocupas el lugar en el que yo debería estar, degustando manjares, carnes muertas sazonadas y carnes vivas que se entrelazan como dos serpientes anudadas, como las astas de dos ciervos machos tras una pelea.

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DE MIS RECUERDOS (II)

     La infancia, incluso la adolescencia, para mí es un número limitado de fotos aisladas que al llegar a la madurez fui organizando sin una idea muy exacta del orden cronológico en que se sucedieron en realidad. Los cuatro años se sobreponen a los ocho y los doce a los quince. En la reconstrucción se imponen, más que en el recuerdo, las sensaciones: los olores, colores, imágenes de lugares, sonidos ásperos o suaves... El resultado es un conjunto incoherente en el que emergen como escollos algunos episodios recurrentes, que nosotros consideramos piezas claves para la interpretación del proceso que nos ha llevado a ser lo que somos. Y que, con el paso del tiempo, reelaboramos inconscientemente adaptándolos a la idea que nos hemos forjado de nosotros mismos.

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DE MIS RECUERDOS

     Aquí, bajo aquella carpa levantada junto a la vieja ermita, en el mismo descampado donde tendían y remendaban sus ropas las mujeres. No pude entrar nunca. Pero ví sus caras clavadas en los postes de la luz (viejos postes de madera con las heridas de las botas de hierro de los electricistas, escaladores vestidos de azul). Me quedaba mirando las fotos de las artistas, sus labios rojos, sus pechos blancos, casi a punto de desbordar unos escotes con encajes de estrellas. Cabareteras, equilibristas sobre altísimos tacones. No sé siquiera si eran prostitutas aquellas mujeres que llegaban cada año a la ciudad para que los hombres, por la feria, aprendieran a soñar. Las luces brillaban bajo la lluvia. Yo era un niño y la carpa roja bajo la que actuaban Manolitan Chen y las demás era como un tibio barracón portátil donde el pecado carcomía las entrañas.

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VIEJO TEATRO

     Bueno, viejo, hemos llegado al fin del camino. Has salido en el periódico, a doble cara. No sabes cómo lo siente todo el mundo. ¿Sabes? Siempre creí que tenías que modernizarte. Muy metrosexual no eras. Reconócelo al menos. Eso sí, tenías tu encanto. Bueno, ellos (en los que confiaste tanto tiempo) también tienen la culpa de todo esto, no lo olvides. No tomaron la decisión de acabar contigo. Pero fueron la mano detrás del puñal, detrás de la pistola. Un crimen colectivo. Yo te defendía, pero no puedo vencer al mundo. El dinero manda y tu vida es sólo cuestión de dinero. Tómatelo a mal si te da la gana, pero a mí no me eches la culpa. No te atrevas. Es sólo dinero. Favores que pagar. Un puesto que ocupar. Negocios. Nada personal, sólo negocios.
     Yo hice todo lo que pude, viejo. Lo que pude y lo mejor que pude. Anoche lo di todo, fue la mejor puta actuación de mi vida. He llorado como un idiota por ti. Mira..., aquí: página 50: "No te dejaré sin luchar". ¿Lo recuerdas? ¿Eh? ¿Lo recuerdas? Me he partido los cuernos por ti. Y tú me lo pagas dejándome en la calle, maldito canalla. Me he vendido por ti. He estado vendiéndome para salvarte el pellejo, trabajando con inútiles que no me llegaban a la suela de los zapatos. Años haciendo favores, aguantando a idiotas, cambiando favor por favor, ¡trabajando gratis! ¡Tragándome mi orgullo por ti, y no ha servido de nada!
     En fin, estamos acabados, viejo. Yo podré aguantar algo, pero tú ya estás acabado. Es que..., ¡joder!, no lo puedo estar repitiendo siempre. Estoy cansado ya. No puedo seguir así. Tanto ataque personal no es bueno. Yo lo siento, pero no puedo seguir así. Y menos por una... ¡Bah, chorradas de actores!
     Adiós, viejo. Teatro de mierda... Te echaré de menos.

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LA BUHARDILLA DE TÍA MAITE

LA BUHARDILLA DE TÍA MAITE

      1. El lunar.

     Desde aquella tarde nada fue igual con Teresa. Habíamos perdido la inocencia para dar paso a un deseo desbocado, a una atracción fatal que, inevitablemente, nos llevaba, cada tarde a las siete, a la buhardilla de la casa de Tía Maite donde, con una liturgia que se repetía una y otra y otra vez, yo le desabrochaba la hebilla del sujetador sin ni siquiera quitarle la blusa. Ella se dejaba hacer convencida de que, tras el ritual, mis besos se dirigirían a esa zona entre la nuca y el hombro derecho donde (lo comprendí casi en la tercera sesión de nuestros encuentros a hurtadillas) se concentraba ese punto de inflexión en el que ella, transida de placer, caía en mis brazos, entregada en un trance que nos acercaba a ambos al éxtasis.
     Teresa tenía un gracioso lunar en la rabadilla y yo, fetichista de los minúsculos detalles pese a mis escasos 19 años de edad, me concentraba en lamerlo con delectación hasta la saciedad. El vello transparente que le cubría esa zona se erizaba como una diminuta selva tropical, y el cosquilleo me llevaba a una excitación extrema que ella aceptaba con unas suaves caricias sobre mi pene en el límite ya de su grosor. Pero éramos conscientes ambos de que todavía quedaba tiempo para que nuestros cuerpos se fundieran a través de los sexos humedecidos; nos gustaba ese sufrimiento de la espera, pues la saliva de nuestras bocas enardecidas desbordaba los pezones de ella y mis orejas...

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ALAZÁN NEGRO

     La niña pelirroja, de cinco años aproximadamente, daba vueltas y más vueltas eufórica porque montaba en un carrusel de feria. Era de noche, el pueblo, enclavado en una hondonada de la sierra castellana, parecía un platillo volante de una película de género. En las barracas, los perdigones chascaban con precisión los palillos que sostenían chupa-chups y los novios sonreían amartelados la espera cómplice del apareamiento bajo el manto de estrellas que se avecinaba.
     Dafne, que así se llamaba la niña, giraba ausente en el carrusel de feria, montada a horcajadas sobre un estupendo y airoso alazán negro. Le seguían en esta suerte de gran parada obsesiva y superreal sus primitas que basculaban histéricas en hipopótamos amorcillados y jirafas que miraban con la persuasión de personajes de Disneylandia.
     Las inflexiones de la música provocadas por las diferentes y complicadas atracciones hacían que el valle, visto desde lejos, pareciera una consagración o un ritual de algún pueblo precolombino.
     El carrusel giraba egocéntrico y vicioso mientras una pareja de guardias hacía la ronda con la indolencia de un comedor de pipas. Tres mugidos de vaca fueron suficientes para que todos los animales capturados por Noé se ralentizaran y quedaran estáticos mientras los niños, entre alborozados y drogados, saltaban como por un resorte del cacharro infernal.

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...Y TODOS NOS CALLAMOS

     Hicimos de la ciudad un cementerio cuando talamos los árboles umbríos, cuando esparcimos el asfalto por la tierra y huyeron los pájaros del día, cuando la noche del vacío desplegó sus tinieblas por el alma de los hombres... Cuando toda la ciudad era un desierto, y las tres únicas fuentes del oásis urbano estaban prohibidas. Cuando la contaminación minaba las entrañas de los largos ríos, cuando las nubes desplomaban sus cabezas carbonizadas, cuando los niños golpeaban con sus blancos puños de impotencia los cristales de unas ventanas que no conducían a las libertades del aire. Cuando los niños orinaban en las blancas sábanas, cuando los niños lloraban o reían y sus lágrimas eran manifiestos de protesta, cuando los niños estaban pálidos y tristes, sus miradas inocentes, sus cuerpos frágiles; cuando los niños eran encerrados en jaulas de tela metálica, aseguradas contra las molestias, cuando los padres veían la televisión ajenos a escuchar el sollozo-grito de sus hijos enjaulados...

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TRÁGICA MOJIGANGA

     "En los ojos del gato listado de relámpagos, brilla el escenario abrasado de niebla, y allí, en un claro del tiempo, el árbol del valle recoje sus ramajes. Del telar desciende un foro de vegetaciones sangrientas. La sangre es de barro, el barro se hace piedra, en la piedra se descubre un verdín sacrílego a la luz de las candilejas, el aceite de las candilejas engrasa las ruedas del carretón que huele a anís, el olor del anís hace más olorosa la miseria, la miseria es la orla de musgo de la casa infanzona, la casa viene desde el hombro derecho del escenario envarillada de oscuras propiedades y expolios, los expoliadores que ahora detentan el poder de la cultura ya ni respetan las llagas del costado herido por cruel lanza traicionera, las llagas se multiplican como los panes y los peces ahora que ya la historia pasada nada vale, el pan abre su purgatorio de mendrugos con los que roer el hambre, el purgatorio cierra sus puertas de salida para que nadie escape, por el escotillón sube la muerte, la muerte guarda entre sus muslos mollares el fuego donde las lenguas corrompen de placer hablando de logros y cultura en otros olvidada. Pero todo da igual, el pasado es eso: pasado, ahora el presente es más hermoso, tiene nombre de mujer". (Francisco Portes)

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JUEGOS DE CORTE

     Cuando todos en la Corte creían que el Caballero Fortimbrás iba a resbalar, en la artística pirueta con la que dio por finalizada la elegante y novedosa coreografía con la que había adornado su danza con la bella Florinda en el concurso anual que, en cada inicio de Primavera organizaba el mismísimo Rey Sol, apoyando todo su peso corporal y el de Florinda en los llamativos borceguíes de piel de camello que para la ocasión le había fabricado Rocamadour, famoso zapatero de atrevidos e innovadores diseños, mantuvo en el aire a la grácil dama por unos resistibles segundos. Todo finalizó con un estruendoso aplauso que premiaba la destreza mostrada por la pareja de una manera más entregada que a los anteriores participantes del "Concurso Ababol" (así llamado por el magnífico trofeo en forma de esa extraña planta, que se entregaba al ganador).

     Y es que cuando Rocamadour confeccionaba unos borceguíes por encargo, lo hacía con tal entrega personal en ello que su creatividad se superaba en cada caso y, el del heredero del Chatêau de Calandrama merecía la pena su especial dedicación; no en vano, el padre de Fortimbrás (el marqués de Fontaneda) había lucido como nadie en la Corte parisina los más elegantes borceguíes que jamás nadie había portado. Ni siquiera Su Graciosa Majestad, Luis XIV, había sabido calzarse con tanta destreza un borceguí en cada uno de sus pies: un minúsculo 32 impedía a los zapateros reales cuadrar una horma tan pequeña para sus botines.

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